La historia recuerda que “escrito a mano en una lámina de vidrio aparecía el siguiente texto para indicar la fecha y la localización en la que se había realizado la primera copia xerográfica: 22-10-38, Astoria”. La fecha y el nombre del barrio neoyorkino donde trabajaba su inventor, el físico y abogado estadounidense Chester Floy Carlson. La copia podría ser borrosa, pero aun así era una copia.

Aquel 22 de octubre de hace 75 años nacía la xerografía (de las palabras griegas que significan “escritura en seco”, ya que no empleaba tinta alguna), que evolucionaría hacia las técnicas del fotocopiado, eliminando prácticamente la máquina multicopista y reduciendo hasta hacer desaparecer prácticamente la necesidad del papel carbón.

Una historia que gira en torno a Chester F. Carlson (1906-1968), un formidable ejemplo en la trayectoria de los “self made man”, que ocupa un lugar más que destacado, tanto por su visión de futuro como por la trascendencia de su invento, sobre todo en el sector terciario mundial.

Nacido en Seattle, en el estado de Washington, tuvo que trabajar desde los 12 años para ayudar a sus padres enfermos. A los 14, era el principal sostén de su familia, lavando ventanas antes de ir a la escuela y barriendo oficinas por las tardes. En sus últimos años de bachillerato, publicaba una revista sobre Química, que le permitía obtener un ingreso extra. Pese a los problemas económicos y familiares, incluyendo la muerte de su madre, logró inscribirse al Instituto de Tecnología de California (CIT), donde  se graduó, en 1930, como físico.

Logró su primer empleo en la Compañía de Teléfonos Bell y poco más tarde se trasladó a Nueva York, donde consiguió un empleo en la compañía eléctrica P. R. Mallory. Su trabajo consistía en analizar las patentes de la empresa para su publicación, proceso en el que frecuentemente había que realizar múltiples copias de dibujos hechos a mano. Una tediosa labor que exigía horas y horas. Para colmo, Carlson era miope y sufría de artritis, lo que dificultaba aún más su trabajo, enfrentándose a grandes dificultades para obtener las copias los dibujos de las patentes.

Sin embargo, consciente de la continua demanda de copias de patentes, pensaba que debía haber una manera más fácil de obtenerlas, motivo por el que se empeñó en idear alguna forma nueva de suministrarlas, tarea nada fácil ya que el país estaba en plena Depresión, lo que exigía cuidar el empleo, sabiendo lo difícil que sería conseguir otro.

Pero como lo que en realidad le interesaba era desarrollar inventos, se puso a investigar. Mientras tanto, continuaba con sus estudios de Leyes en el Colegio de Abogados de Nueva York (en la que se graduó en 1939) ya que, hombre previsor, pensaba que necesitaría proteger su invento. Mientras tanto seguía trabajando como empleado de la compañía eléctrica Mallory.

Así es como en la Biblioteca Pública de Nueva York encontró publicaciones técnicas con información sobre la reproducción de fotografías y comprobó que el proceso era lento y exigía el uso de gran cantidad de productos químicos. Carlson se preguntaba si podría hacerlo mediante un método eléctrico, ya que sabía que las partículas cargadas se adhieren a una superficie con carga opuesta.

El problema era cómo lograr que las partículas se fijaran en forma idéntica a la de una imagen iluminada sobre un papel. El concepto le quedaba más o menos claro, pero tenía que comprobar si podía funcionar, de modo que en 1934, Carlson comienza a experimentar con la electrónica para hacer copias de los materiales impresos.

Presentó una solicitud para una patente por el concepto básico de “electrofotografía”, sin conseguir realizar una impresión correcta en seco. Entonces tuvo lugar el descubrimiento decisivo. Cubrió una placa de zinc con sulfuro, la frotó con un paño de algodón para crear una carga de electricidad estática, colocó delante de una transparencia con palabras escritas y expuso ambas al calor de una lámpara.

Quitó la diapositiva, espolvoreó la placa con esporas de musgo, presionó papel cebolla contra el polvo, aplicó calor y retiró el papel. En aquel momento vio que en el papel aparecían las palabras escritas en la diapositiva: “10-22-38 ASTORIA”, la fecha y el nombre del barrio donde trabajaba.

A los 32 años, había desarrollado el primer proceso de copiado electrostático, que más tarde se llamaría xerografía y que revolucionó la reproducción de documentos en oficinas, fábricas y escuelas. Aunque Carlson estaba feliz, no encontraba ninguna empresa interesada en desarrollar su nueva técnica.

Registró su primera patente en 1940, e intentó vender sin éxito su proceso a más de veinte compañías antes de que en 1944 una organización sin ánimo de lucro, el Instituto Batelle Memorial, se interesara por su patente y le ofreció su apoyo. Llegaron a un acuerdo muy favorable para Carlson, que supuso unos derechos de patente considerables para él, si mejoras posteriores a su fotocopiadora permitían desarrollar un producto comercial. Sin embargo, el Instituto Batelle comenzó a tener problemas financieros y buscaron otros promotores.

Fue entonces cuando entró en juego la compañía Haloid, una pequeña firma de Rochester, Nueva York., que adquirió sus primeros derechos comerciales. Fue así como se incorporó la Corporación Haloid, que después se convertiría en Xerox y que lanzó al mercado la primera fotocopiadora comercial, el modelo “914”, en 1958. Como dato curioso, entre las grandes empresas que rechazaron el invento de la fotocopiadora de Carlson figuran IBM, General Electric y RCA.

Carlson murió el 19 de septiembre de 1968 en Berkeley, California, Estados Unidos, diez años después de haberse lanzado al mercado la fotocopiadora comercial, pudiendo disfrutar de ganancias económicas que lo convirtieron en multimillonario. No contento con la gran aportación que su invento significó para el mundo, gran parte de esa fortuna la destinó a obras filantrópicas.

Su generosidad incluyó la creación de un fondo millonario para apoyar a seis universidades de los Estados Unidos con becas, laboratorios, centros de investigación y tecnología de punta para estimular la creatividad de los jóvenes estudiantes. Siempre conservó su humildad y prefería hacer sus donativos de manera discreta, huyendo de la celebridad.

La compañía Xerox entrega anualmente un premio dedicado a la memoria de Chester Carlson, a quien presente alguna innovación en la enseñanza de la ingeniería que contribuya significativamente a la profesión. La visión que tenía Carlson en el momento en el que realizaba su experimento en Astoria era “hacer que los trabajadores de las oficinas fueran un poco más productivos y que el propio trabajo fuera más sencillo y menos tedioso”.

“Ahora es el momento en el que muchas compañías miren hacia atrás; nosotros también lo haremos, pero sólo por un instante. El objetivo real de nuestra celebración es el futuro y cómo Xerox continuaremos facilitando el trabajo a empresas y organizaciones”, ha declarado Ursula Burns, CEO de Xerox y Presidenta del Consejo.“Por esta razón, el lema de nuestro aniversario es Los Próximos 75”.