30 Junio 2013
Enfrentados a una crítica situación económica que incrementa diariamente sus nefastas repercusiones sobre el mundo laboral, el porcentaje de trabajadores españoles que se encuentra cada día más estresado ronda el 62%, hasta el punto que una de cada cuatro bajas se relaciona con este problema. Un informe de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (AEEMT) señala causas que todos conocen o intuyen: la crisis, aumento de la carga de trabajo, ajustes de plantilla o incertidumbre laboral, entre las más importantes.
La consultora Towers Watson por su parte, asegura que este índice se ha incrementando en los dos últimos años, ya que en 2010 afectaba “solo” a un 43% de los trabajadores en España. Recuerda también, que la mitad de los españoles cree que su empresa espera que los empleados trabajen más horas de lo normal durante los próximos 3 años. El estudio relaciona estos datos con una preocupante constatación, los empleados se sienten "estancados y estresados" dada la visión "pesimista" del mercado laboral, ya que trabajan demasiadas horas y ven escasas oportunidades de progresar profesionalmente en sus empresas, hasta el punto que un 70% se queja de que estas no les ofrecen oportunidades de promoción. ¿Entonces?
Aunque el estrés en el lugar de trabajo se está transformando en un problema cada día más grande y gravoso, diversos expertos aseguran que es algo que en buena parte se puede solucionar. La pregunta de fondo es: a quién le corresponde proponer las soluciones. ¿A los empleados o a los empleadores? Aunque la respuesta sería, a ambas partes, no es fácil ponerlas de acuerdo, ya que este tema afecta a toda la jerarquía: trabajadores diversos, gerentes, ejecutivo y dueños. No sólo es un tema de salud para los individuos, también es un problemas de desempeño y productividad para los empleadores.
David Posen, autor del libro “Is Work Killing you?” (“¿El trabajo lo está matando?”), recuerda que, debido fundamentalmente a la reducción de personal, el volumen de trabajo se ha disparado (principalmente en el sector terciario) hasta convertirse en una sobrecarga. La gente trabaja más horas y bajo una creciente presión. Se impone la velocidad en el lugar de trabajo actual, impulsada principalmente por la tecnología, pero también por las mayores expectativas y la impaciencia para que las cosas se hagan más rápido. Esta presión se relaciona con toda clase de situaciones, desde la política dentro de la oficina hasta el acoso y presión de los superiores sobre los trabajadores.
A esto se une una alta tasa de desempleo y la inseguridad laboral. Los empleados sienten que no tienen otra opción más que mantener la cabeza gacha, asumir los problemas como sea y trabajar más fuerte y rápido. “Lo que parece no evaluarse debidamente” reflexiona Posen en “The Wall Street Journal”, es que “el estrés laboral no sólo está perjudicando a los trabajadores, es que le está costando a las empresas miles de millones de dólares en productividad perdida. Si nadie sale ganando, ¿Cuál es la situación y – sobre todo - cuáles son las soluciones?”.
Para empezar, hay que reconocer que la política de recortes ha llegado demasiado lejos. Ante la búsqueda de rentabilidad como sea, es hora de reducir las tareas a ejecutar o bien contratar más personal para compartir la carga. Los resultados marcarían una gran diferencia. Sin embargo no va a ser fácil convencer a quienes toman las decisiones a que cambien sus posturas, ya que están absolutamente convencidos de que los salarios de los empleados son gastos en lugar de inversiones. Así las cosas, es poco probable que buena parte de las direcciones financieras varíen sus planteamientos, a no ser que se planteen modificar su concepción empresarial y, sobre todo, del puesto de trabajo.
Pero la realidad indica que en el mundo de la oficina del siglo XXI, la flexibilidad manda y que en ella, horarios flexibles y lugar de trabajo flexible cobran todo su sentido. Reducen el tiempo que un empleado invierte en llegar a la oficina, permiten que coordinen sus situaciones familiares y acomoden sus horarios laborales a sus ritmos individuales y ciclos energéticos.
Donde también debe hacerse un gran esfuerzo, es en intentar controlar eficientemente la tecnología El uso excesivo de correos electrónicos, de mensajes de textos y documentos similares, hacen que el personal se ahogue en un océano de recepciones y envíos documentales, además de incrementar el tecnoestrés, para lo cual habría que restringir el uso de estas funciones fuera del horario laboral. Entre otras cosas, conviene evitar los mensajes múltiples (teléfono más e-mail más texto en un lapso de minutos). Y no utilizar el e-mail para temas complejos o emocionales que requieran una comunicación cuidadosa.
Ahora bien, si somos realistas, ya es hora que aceptemos que el hecho de trabajar muchas horas no es signo de eficiencia. Convengamos en que cada vez hay más investigaciones que coinciden en que la productividad decae luego de unas 40 horas semanales. La gente que trabaja muchas horas no sólo es menos productiva sino que lo más probable es que dedique menos tiempo a dormir, a hacer ejercicio y a descansar. El resultado neto es que surgen problemas crónicos de agotamiento y menos eficiencia, lo cual los obliga a trabajar más horas para hacer su trabajo. Esto es lo que David Posen llama "El ciclo de la ineficiencia", un ciclo vicioso de futilidad y auto-abandono.
Otro punto que suele pasar un tanto desapercibido. Compete a la dirección de la empresa identificar y actuar contra las personas problemáticas dentro de la oficina. Entre la amplia variedad de personalidades, Adryan Bell, el gran estudioso de la oficina, destaca a dos: el rey del estatus (todo perfectamente clarificado y con tareas fijas), y (el obseso del control, para el que todo debe estar siempre a la vista y a disposición). A ambos les cuesta entender que existen nuevas formas de gestionar a los empleados y la productividad. Casi ni vale la pena hacerles ver que en buena parte de las oficinas es necesario aprender a gestionar situaciones en las que no se tiene autoridad de mando, ni se controla ni se es controlado.
Personas de este tipo generan verdaderos problemas entre el personal en el trabajo. Los empleadores deben identificar a esta clase de gente problemática y advertirles que su comportamiento no será tolerado. Darles ayuda si la necesitan (por ejemplo, capacitación en gestión y control de sus “prontos”). Si no se ponen a tono, habrá que despedirlos. Una oficina con menos estrés lo justifica.
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